Felíz día a todos los maestros. Aquí mi dedicatoria


¡Rodriguez! La foto. (cuento publicado en el libro"Relatos deliberados"

La cortina de algodón transparente dejaba entrar un reflejo blanco, dijeron que era necesario cubrir toda la ventana con un manto para oscurecer el cuarto. Bien pegadas a la pared, estaban las cajas con los equipos que el fotógrafo precisaba. ÉL llevaba puesto un traje negro y un bigote muy prolijo que le daba a su rostro un gesto como de mayordomo de historieta. Serio, estudió el espacio de trabajo; colocó unos paraguas plateados en los laterales y en el centro la cámara con una lente de gran tamaño,  por detrás una luz blanca.  Ahora se veía sólo el set, es decir, el lugar exacto donde se tomaría la foto. 
La maestra, preocupada  por el tiempo que se perdía entre toma y toma organizó a los chicos por orden alfabético. Era una señora muy circular; con un peinado abultado negro y gigante. Se paraba delante de cada chico que fotografiaban. Le decía que sonría o que tome algún chiche de la mesa y que hiciese como que jugaba. Los chicos se distraían con tanto movimiento y se hacía difícil generar una foto prolija y el fotógrafo no realizaba la toma hasta que estuviese seguro. La maestra, de poca paciencia, enroscó sus brazos regordetes y comenzó a hacer un ruidito con el zapato, tac,tac,tac, sin parar. El fotógrafo la miró de reojo, respiró hondo, bufó y tardó aún más.
Se estableció entre los dos una danza de gestos durante unas dos horas. Cada vez que la maestra llamaba a uno de los chicos, levantaba su brazo abruptamente golpeando, sin querer la cámara del fotógrafo. Él la llamaba: ¡Maestra, por acá! y ¡flash! disparaba la luz directo sobre la cara de la mujer. Ella entonces se acercaba rápidamente y,  pasando por encima de los pies del señor, acomodaba al niño para la foto.
Cuando quedaban 10 chicos por fotografiar, la maestra ya lo había pisado infinidad de veces y el fotógrafo había ido al baño a fumar otras tantas más. Ella volvió a llamar de la lista y gritó:
-¡Rodriguez, la foto!
El chico se acercó y la maestra lo sentó de sopetón mientras  preguntaba al fotógrafo si no podía apurarse. El la miró y le dijo que era una pena que estuviese tan apurada porque le iban a sobrar una fotos del rollo y podía aprovecharlas con ella. La voz de la maestra se endulzó y sus cachetes regordetes se transformaron en dos manzanas. Juntó sus  manos en forma de ruego y le dijo que sería un honor para ella que le saque unas fotos en el escritorio. 


Autora: Silvina Troicovich



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